domingo, 13 de marzo de 2011

CAPÍTULO 10: EUROPA


Después de varios meses, en los que había estado colaborando con amigos, y embarcado en otros desvinculados con el cine, Lars decidió que ya era el momento de acabar con su proyecto. La trilogía que había planeado debía culminar. Pero, ¿cómo empezar una obra que debía ser la más importante de las tres, sin caer en la repetición?
Le resultaba complicado plasmar nuevas ideas, pues los temas de sus antecesoras aparecían de forma constante. Entonces, pensó: “¿Cómo hablar de Europa, de su dolor, de sus raíces; sin dejar ningún cabo suelto?”. La respuesta apareció unos segundos después.
Las devastadoras consecuencias de la Segunda Guerra Mundial podían ser el punto de partida para la historia que nuestro protagonista tenía en mente. Las heridas sin cicatrizar de una sociedad que tardaría años en curarse (y volver a la normalidad) era el contexto para ubicar a su personaje principal: En 1945, Leo Kassler, un ingenuo estadounidense, viaja hasta Alemania para prestar ayuda a su tío, que trabaja en una compañía de ferrocarriles llamada Zentropa. Pero su bondad pronto se verá empañada por la corrupción y las constantes decepciones (acentuadas en un gran desengaño amoroso).
El blanco y negro impregnaría varios fotogramas de la película, dotándola de un mayor dramatismo y dolor. Este sentimiento se vería reflejado en varios planos cerrados, sobre todo en el que la lluvia acompaña al protagonista; o en varios primeros planos, en los que Leo se encuentra en la fábrica, intentando comprender la agria actitud de su tío hacia él.


El color también aparecía para iluminar las escenas, para dar vida a sus personajes. Este es el caso de la relación que surge entre Leo y la chica de la que se enamora, pues así se lograría una narración acorde con los sentimientos que cada escena desease transmitir.
La reflexión a la que Lars invitaba era muy sencilla: ¿Qué hacer en un lugar tan devastado a la par que desolador, en el que la esperanza brilla por su ausencia? Pues, como respuesta y, quizás, de un modo extremo; el joven, que se percata de que no hay solución posible, de que la crueldad del ser humano es inmutable y que la hecatombe está cada vez más cerca, decide optar por la solución más acorde a la situación, y convertirse en un monstruo.
Esa moraleja, con la que el cineasta danés quería persuadir a su público, se devendría certera; aunque muchos la atacarían, tacharían de exageración y despropósito. Pero no importaba. Tarde o temprano, pensó Lars, esa verdad saldría a la luz, y cuanto antes estuvieran concienciados, menos daño causaría el golpe.
Si hay algo de lo que no quepa la menor duda, es que esta obra no tendría comparación al futuro movimiento Dogma; cuyos mandamientos no se verían reflejados, en modo alguno, en el filme. Pero lo que sí se puede afirmar es que, a pesar de todo, estas dos épocas están marcadas por algo: el sello Von Trier.

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